Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, y llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los secaba con sus cabellos; y besaba sus pies y los ungía con el perfume.» (Lc 7.37–38).
No puedo leer estas palabras sin sentir que la escena contiene ciertos matices cómicos. Los fariseos eran personas que invertían mucho esfuerzo y cuidado en cultivar su imagen delante de los demás. Desde la vestimenta hasta la forma en que caminaban y practicaban su religión, todo estaba destinado a impresionar con lo correcto y educado de su postura. Una serie de sofisticados rituales de purificación aseguraban el no entrar en contacto con los elementos indeseables de la comunidad. Ellos eran hombres que pertenecían a otro estrato social, y todos lo sabían.
Durante la cena en la casa de este pulcro señor, no obstante, sucede lo impensado. Se introduce en la casa una mujer que era pecadora, un término que normalmente describía a una prostituta. ¡Cuánta vergüenza habrá sentido el fariseo! ¿Acaso no tenía esta pecadora siquiera una pizca de amor propio, que venía a hacer el papelón delante de todos? No satisfecha con haber entrado sin permiso, se comportaba de la forma más desvergonzada. ¿Dónde estaba su sentido de ubicación?
Dejemos por un momento la indignación del fariseo, y observemos a esta mujer. No sabemos en qué momento de su vida entró en contacto con Jesús. Lo que sí resulta claro es que percibió en él algo que no había visto nunca en otras personas: un espíritu de bondadosa compasión. Deseaba demostrar a Cristo su gratitud, su devoción a su persona. Y lo hizo de la forma más apasionada posible: se tiró al piso y, mientras su lágrimas trazaban surcos sobre los polvorientos pies del Señor, los besaba una y otra vez. Esta es una de las más conmovedoras escenas en los evangelios.
Nuestras expresiones de afecto hacia Dios son tan correctas, tan programadas y previsibles que, no me cabe duda, algunos también se hubieran sentido profundamente incómodos frente a semejante manifestación. Tiene tanto peso para nosotros el «qué dirán» que no nos atrevemos a expresiones apasionadas hacia el Señor. Tengo certeza de que hay quienes jamás estarían dispuesto a hacer el papelón de tirarse a los pies de alguien para besárselos, ni siquiera de Cristo.
El reino, no obstante, es de aquellos que han muerto a la opinión de los demás. Solamente los que siguen a Jesús con pasión podrán experimentar a pleno lo que él ofrece. La vida en Cristo no es para los tibios, ni los tímidos. Él nos invita a salir del molde de la religiosidad para vivir nuestra relación con Dios en otra dimensión enteramente diferente a la que estamos acostumbrados.
2 efectos secundarios:
Gracias Jessi por tu visita. Se nota que lees, lo reconozco por la forma que escribes. Que importante es que tu pareja tenga el mismo grado cultural que tú, de lo contrario de qué hablarán? Pero la cultura se aprende leyendo, escribiendo, visitando lugares con cultura, viajando y un largo etc. ¿no lo crees?
Bueno tu blog. Saludos desde Chile...
jeje eso sí!!! Alguien dijo por ahí que hay que encontrar una pareja con la que puedas conversar para que al llegar a viejos no se aburran... y vaya que yo voy a ser una viejita muy divertida con mi viejito!!
Concuerdo con tu opinión, y ya para casos limitantes tenemos el internet que nos ahorra el boleto de avión y la ida a la librería.
Gracias x visitar!
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