miércoles, 20 de agosto de 2008

- Sofía


El círculo se unía por las manos entrelazadas, los rostros inclinados y los ojos cerrados. Una voz al fondo y susurros. No se dieron cuenta cuando comenzaron a girar sobre su eje. Ella caminaba, daba pasos hacia su costado derecho y volteaba su rostro fuera del círculo. Comenzó a desesperarse y era notable su deseo y necesidad de huir de aquel lugar, la situación la incomodaba y finalmente soltó nuestras manos y se alejó un par de metros. Su rostro se sumió entre sus manos y su cuerpo en el rincón de la habitación. No respondía a las voces ni a su nombre. Ella la abrazó y parte de su cuerpo desapareció de nuestra vista al ser rodeado por ese par de brazos.

De pronto, una de sus manos salió de entre su escondite y así con los ojos cerrados, sin ver, con el rostro volteado, su dedo me señaló. ¿Cómo supo donde estaba? Me desplacé de un lado a otro y su dedo me perseguía. Yo no entendía nada. La quiero y quise ayudarla; creí que su ademán expresaba un grito de auxilio. Me equivoqué. Me acerqué a ella y conforme la distancia entre nosotras se acortaba ella más se sumía en aquellos brazos, más se esforzaba por voltear su rostro y ocultarse; era evidente que huía de mí, era como un niño aferrado a los brazos de su madre al ver a la criatura más espantosa. Ella no me veía pero sabía que me acercaba; ella no me veía pero sabía en que dirección venía.

Al fin extendí mi mano y toqué su dedo que seguía señalando. Sólo un roce fue necesario para que en un arrebato retirara su mano y la escondiera; hizo un sonido de dolor, como cuando tienes contacto con electricidad o como cuando tocas algo tan caliente que quema. –No, no, no – comenzó a repetir una y otra vez. Aquellos brazos la liberaron para ponerla en los míos pero ella huía, se negaba a acercarse. A la fuerza, la tomé entre mis manos y la abracé, su cuerpo estaba rígido y continuaba negándose y quejándose. El abrazo fue firme pero cariñoso. Dejó de luchar y me abrazó. Trataba de transmitirle todo el amor posible, que sintiera el amor perfecto de Jesús. Comencé a orar, más no sabía que decían mis lenguas. La calma llegó.

Pocos fueron los minutos cuando nos vimos sentadas en el piso, tratando de ayudarla, sus ojos no se abrían, su voz no era su voz, sus manos le hacían daño, su lengua no era su lengua, sus insultos no provenían de su corazón.... su rostro reflejaba la batalla.

Me retaba, me gritaba, me insultaba, se burlaba, pero sabía Quien estaba conmigo, el lo veía, lo podía ver en mi y con nosotras. Se sabía derrotado, se sabía vencido, sabía que debía irse pronto y dejarla libre.

4 de la mañana y se le notaba debilitado, ya no tenía fuerzas para luchar y no lo hacía, no se manifestaba y nos dejó dormir. Se mantuvo agazapado a flor de piel por dos días, hasta que no resistió más y se fue. Ella es libre gracias a Jesús. El lo hizo todo. El demonio percibía en mi la luz, el fuego y por eso quería huir; sabía que me tocaba ser instrumento de Dios y lo vió reflejado en mí y le temía. El Espíritu Santo fluía y a el le quemaba. No era yo, no eran mis palabras, no era mi presencia, era la de El, era Su poder... Su gloria. Bien lo dijo, bien lo vio no con sus ojos naturales, más con los espirituales – “ ¡tus ojos!, ¡tu mirada tiene el reflejo de Dios! –

1 efectos secundarios:

Isa dijo...

Así es mi querida Jessie, el diablo también sabe quienes pertenecemos al Rey de reyes.
Nunca te quites la armadura para poder vencer y habiendo acabo todo, estar firmes.

 
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